Que los hombres a quienes maravilla este mundo --su capacidad, su hermosura, el orden de su movimiento continuo, los dioses manifiestos o invisibles que lo recorren, los demonios, árboles y animales-- eleven el pensamiento a esa Realidad, de la que todo es la copia...
(Jorge Luis Borges)

9 de febrero de 2004

14 de febrero:

Hace algunos a?os, un 14 de febrero, compr? un precioso ramo de rosas. No era para m?, ni siquiera para regalar; en realidad era para ponerlo en un florero en la casa de una amiga con la cual viv?a y hacer que su novio sintiera celos e inseguridad al ver un arreglo floral dirigido a mi amiga, de parte de un admirador desconocido (s?, s?, un truco baratoy vil).
La cuesti?n es que ella me lo encarg? y como, la verdad, a m? no me pesaba (muy por el contrario) acept? dicha misi?n que se llevar?a a cabo despu?s de mi tradicional clase de ballet.
As? pues, sal? de la clase exhausta (la maestra ten?a una amargura especial en esas fechas "especiales" y sol?a arreglar cuentas pasadas y personales con sus alumnos en turno), fui a tomar mi diario jugo de naranja con sal (para la deshidrataci?n) a casa de mi abuela, y sal? en direcci?n al metro. En el camino, me top? con el florista y escog? un ramo de rosas (rojas, por supuesto: necesario para el clich? amoroso) atado con un lazo divino.
Llegu? al metro cargando el mentado ramo. La verdad es que yo hab?a perdido la noci?n del d?a en que me encontraba, o querr? decir: el d?a no ?hab?a impuesto a?n su influjo nefasto de nostalgia (a pesar de mis pretendientes, a ninguno se le ocurri? que yo merec?a ni una pepita envuelta).
Est? por dem?s decirlo pero el ramo era fabuloso, no muy grande ni chico, mas bien justo para un detalle galante y sutil; uno de esos detalles que sin mucho aspaviento hacen todas las invitaciones posibles con una buena dosis de delicadeza: como una promesa de buena cama.
En fin. Iba en el pen?ltimo vag?n del metro (all? me dijo mi abuela que era m?s seguro), pegada a la puerta del final (tambi?n me lo aconsej? mi abuela) con mis lindas posaderas cubiertas a cualquier ataque de manos impertinentes, sosteniendo el ramo entre los brazos, mientras con las manos sosten?a el libro que le?a en esos tiempos. Sent? miradas y volv? mi mirada hacia donde proven?an esos ojos intrusos que me inspeccionaban: varias mujeres miraban el ramo, y luego a m?, con un dejo de antipat?a y envidia. No era para menos cuando ve?a sus rosas solitarias, regalo seguro de los due?os de sus d?as, comparadas al ramo (?he dicho que era hermoso?) que yo tra?a junto a mi pecho.
Por supuesto, un sentimiento de superioridad empezaba a invadirme, hasta que record? que esas flores las hab?a comprado yo. Continu? mi lectura pra no pensar en ello.
La historia no acaba all? (ser?a demasiado sosa, aunque tal vez a?n as? lo es). En el pesero que me llevar?a hasta la casa, record? que el ramo no ten?a tarjeta y que ser?a verdaderamente imposible que no descubriera mi letra el susodicho, pobre gentil hombre v?ctima del juego perverso de su novia (y m?o), por lo que proced?, tras echar vistas a mi alrededor, a pedirle a un buen muchacho que me ayudara en esta empresa. Le dije algo as?: "Hola... ?me ayudas?". Cara de interrogaci?n. "es que necesito que escribas en esta tarjeta que me amas y cosas as?". Doble cara de interrogaci?n. Me expliqu?, cont?ndole toda la situaci?n. ?l me mir? con l?stima (aunque quiz? fue rencor por hacerle algo as? a uno de su gremio), tom? la tarjeta, escribi? no me acuerdo qu? y me la regres?. Yo no me hab?a dado cuenta que la cara me ard?a de verg?enza hasta que abr? la boca para agradecerle y, justo al levantarme para realizar una huida m?s o menos digna, ?l dijo algo como: "creo que si ?l no te las regala, es in?til que prepares ese numerito".
S?lo me qued? esbozar una sonrisa est?pida. Ya no ven?an al caso las explicaciones, y creo que de cualquier modo era peor que las rosas ni siquieran fueran para m? de un pretendiente imaginario y que yo ni novio ten?a para pensar siquiera en provocarle celos, a?n con un acto tan ruin.
Me baj? del pesero y camin? hacia casa con una nostalgia espantosa inundando mi coraz?n.
Cuando llegu? puse las rosas en un florero y dej? la tarjeta a la vista. Minutos despu?s lleg? mi amiga; cuando entr? a la casa, vio las flores y corri? hacia ellas (el novio ven?a detr?s). R?pidamente arranc? la tarjeta y grit?: "?Te llegaron flores!, d?ndome la tarjeta para que yo la escondiera en mi pantal?n. Por supuesto, me sorprend? pero entend? en el acto. Volv? a esbozar una sonrisa est?pida, tom? la tarjeta y me retir? a mi habitaci?n. Ellos se besuquearon y cogieron toda la tarde.
Yo dej? las rosas en la estancia y dorm? toda la tarde.
Desde ese d?a, estoy plenamente convencida que el 14 de febrero es un d?a para practicar los diferentes gestos de una sonrisa est?pida.

Fulka